
El 25 de noviembre es el día elegido a nivel mundial para conmemorar las acciones tendientes a eliminar la violencia de género. A la violencia en contra de las mujeres hay que denunciarla, hablarla, repudiarla, condenarla para transformarla en delito y desterrarla de nuestras costumbres. Porque el delito tiene pena, las costumbres no.
No hay estadísticas oficiales que permitan dimensionar la problemática que nos afecta a las mujeres de Argentina y el mundo entero. Hay números aproximados. Intentos interesantes en algunas provincias por otorgarle la importancia que se merece el tema. Hay cabos sueltos. Puntas. Pequeños pasos. Grupos que luchan por visibilizar el drama social de la violencia sobre las mujeres, contra las mujeres, hacia las mujeres.
Hay tantas formas de pensar la violencia, hay tantas maneras de sentirla, hay tantas miradas sobre el tema. Sin embargo, hay una sola forma de erradicarla: combatiéndola. No siendo indiferentes.
En primer lugar las mujeres SOMOS. Antes de asumir cualquier rol, SOMOS. Somos sujetos de derechos. Antes que alguien o algo nos adjudique diferentes estatus sociales y valoración alguna, las mujeres tenemos el derecho de vivir plenamente nuestra vida bajo el amparo de los Derechos Humanos.
La violencia contra la mujer es una forma de discriminación y, por consiguiente, una violación de los Derechos Humanos. Las causas específicas de dicha violencia y los factores que incrementan el riesgo de que se produzca están arraigadas en el contexto general de la discriminación sistémica por motivos de género contra la mujer y otras formas de subordinación. Dicha violencia es una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre las mujeres y los hombres que se refleja en la vida pública y privada.
Muchas leyes nos protegen, nos amparan, nos han devuelto los lugares quitados, nos han generado situaciones de mayor equidad e igualdad. Pero hay un mal que nadie aún puede frenar y controlar y es el de la violencia machista, patriarcal, sexista. Esa violencia que cada año se cobra más vidas, que deja a cientos de niños y niñas huérfanos y que adquiere un cariz cada vez más siniestro.
Muchas leyes nos protegen, nos amparan, nos han devuelto los lugares quitados, nos han generado situaciones de mayor equidad e igualdad. Pero hay un mal que nadie aún puede frenar y controlar y es el de la violencia machista, patriarcal, sexista. Esa violencia que cada año se cobra más vidas, que deja a cientos de niños y niñas huérfanos y que adquiere un cariz cada vez más siniestro.
Cuanto más conciencia sobre nuestros derechos adquirimos las mujeres, mayor es la crueldad que presentan los “métodos” sociales, culturales, judiciales, para corregirnos”. La violencia hacia las mujeres está naturalizada. Las cifras no nos conmueven. Los métodos aplicados para “castigar y disciplinar” no nos escandalizan. La discriminación y humillación mediática nos divierten.
La violencia que la mujer sufre en el ámbito familiar constituye un problema de Salud Pública. No sólo afecta la salud de las mujeres que padecen esta situación sino también la de los niños que integran el bucle perverso de la violencia en el hogar. Cuando el hombre quiere destruir a una mujer apela a cualquier método, incluso el castigo o la muerte de las personas que más ama: sus hijos.
El cuerpo de la mujer es un territorio de conquista y lucha para el hombre violento, para el hambriento de dominación. Muchas veces la batalla se traslada a los integrantes más vulnerables de la familia. “Te voy a pegar donde más te duela” es la promesa nefasta del agresor. Y esa sentencia no encierra otra cosa más que muerte, dolor, locura.
No logramos, a pesar de nuestros esfuerzos, sacudir las agendas de las políticas públicas. No hemos logrado el compromiso de todos y todas para decir BASTA a la violencia contra las mujeres. No lo hemos logrado por que este año los femicidios han crecido. Los datos burlan las leyes.
La indiferencia sobre la situación que viven miles de niñas, jovencitas y mujeres acrecienta este mal. Lo convierte en epidemia. Lo vuelve un rito cotidiano. Lo cristaliza en nuestro modus operandi social.
A la violencia en contra de las mujeres hay que denunciarla, hablarla, repudiarla, condenarla para transformarla en delito y desterrarla de nuestras costumbres. Porque el delito tiene pena, las costumbres no. El delito reconoce un agresor, un victimario y no un enfermo.
A la violencia en contra de las mujeres hay que denunciarla, hablarla, repudiarla, condenarla para transformarla en delito y desterrarla de nuestras costumbres. Porque el delito tiene pena, las costumbres no. El delito reconoce un agresor, un victimario y no un enfermo.
Hay un factor importante que pensar cuando hablamos de violencia hacia las mujeres y es la prevención. Allí es donde se debe apuntar para construir un orden social y cultural que reordene las relaciones humanas y acabe con la lógica binaria de mujer-débil / hombre-fuerte.
La posición de subordinación y vulnerabilidad de las mujeres nos convierte en el blanco de la violencia machista. Sólo la prevención que trabaje en la redefinición de espacios socializantes de hombres y mujeres nos ayudará a frenar el crecimiento de la violencia y su desvergonzada aceptación social.
Fuente : Redacción DataRioja
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