EL ARGENTINAZO : a 10 años , 39 muertos y nadie es culpable

A 10 años del 19 y 20 de Diciembre del 2001 , seguimos sin justicia....
En esta fecha justamente desde el barrio de LA MOSCA en Avellaneda  , en el Gran Buenos Aires , los vecinos y vecinas decidían formar parte de su destino y convertirse en protagonistas , un centro cultural (MANUEL SUAREZ ) y una radio ,(  FM LA MOSCA ) serian el comienzo de la participación popular y ciudadana.

Mas allá de cualquier crónica  , recuerdo  o charla que podamos hacer en conmemoración de estos días , desde Radio LA MOSCA queremos recordar  RECLAMANDO JUSTICIA  un día mas , por todos y todas aquellos que dejaron su vida en la lucha , en la resistencia , para que hoy sigamos sobreviviendo.

Justicia , a 10 años del ARGENTINAZO y de la brutal represión al pueblo argentino , a un NO HAY CULPABLES  , ni imputados , tan solo seguimos teniendo 38 muertos QUE NO ESTAN EN PAZ.


NI OLVIDO , NI PERDON , la GENTE  quiere JUSTICIA .

Acosta, Graciela, 35 años.
Almirón, Carlos "Petete", 24 años
Álvarez Villalba, Ricardo, 23 años
Arapi, Ramón Alberto, 22 años
Aredes, Rubén, 24 años
Avaca, Elvira, 46 años
Avila, Diego, 24 años
Benedetto, Gustavo Ariel, 30 años
Campos, Walter, 17 años
Cárdenas, Jorge, 52 años
Delgado, Juan, 28 años
Enriquez, Víctor Ariel, 21 años
Fernández, Luis Alberto, 27 años
Ferreira, Sergio Miguel, 20 años
Flores, Julio Hernán, 15 años
García, Yanina, 18 años
Gramajo, Roberto Agustín, 19 años
Guías, Pablo Marcelo, 23 años
Iturain, Romina, 15 años
Lamagna, Diego, 26 años
Legembre, Cristian, 20 años
Lepratti, Claudio "Pocho", 35 años
Márquez, Alberto, 57 años
Moreno, David Ernesto, 13 años
Pacini, Miguel, 15 años
Paniagua, Rosa Eloísa, 13 años
Pedernera, Sergio, 16 años
Pereyra, Rubén, 20 años
Ramírez, Damián Vicente, 14 años
Rios, Sandra
Riva, Gastón Marcelo, 30 años
Rodríguez, José Daniel
Rosales, Mariela, 28 años
Salas, Ariel Maximiliano, 30 años
Spinelli, Carlos Manuel, 25 años
Torres, Juan Alberto, 21 años
Vega, José, 19 años
Villalba, Ricardo, 16 años.



El caos de hace diez años

Por Mempo Giardinelli

Aquel furibundo diciembre de 2001 –hace exactamente diez años– los cimientos de la Argentina se conmovieron como nunca antes. Una vez más el desastre era una cuestión política y económica, y la resolución de la emergencia pegaba sobre los sectores populares. Quizá por eso al presidente De la Rúa acabó expulsándolo esa masa humana hasta entonces silenciosa que ahora, de pronto, batía cacerolas y también cantaba y bailaba, y no tanto por felicidad como por descubrir su propio protagonismo.
Cuando aquel helicóptero levantó vuelo desde las terrazas de la Casa Rosada fue, para muchos, como que con ese aparato y ese pasajero se iba un país.
Hoy sabemos que en efecto así fue.
En aquellos días el problema que afrontábamos los argentinos parecía radicar menos en la maldad externa, menos en la furia del terrorismo islámico o el patriotismo de pacotilla de los halcones del Pentágono y la OTAN, que en la estupidez de nuestras propias clases dirigentes. Esas mismas que hasta entonces se dividían, al menos en apariencia, en gobierno y oposición, pero que velozmente, frente al desmoronamiento y con una agilidad corporativa notable, se amalgamaron para formar el contubernio que intentó gobernar este país que para entonces, y de ese modo, ya era ingobernable.
Lo hicieron como hacían todo: a los codazos y aplicándose zancadillas por debajo de la mesa, de manera ordinaria y torpe. Desplazado un incapaz, asaltaron el poder colocando en la primera magistratura del Estado argentino a un impresentable. Cuando la Asamblea Legislativa del 24 de diciembre designó como presidente al gobernador de la provincia de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá, la inmensa mayoría de los argentinos supimos que asistíamos a nuevos malabarismos de cierta vieja dirigencia peronista, que con tal de desplazar a sus (supuestos) adversarios radical-frepasistas eran capaces de cualquier cosa. Y eso fue lo que hicieron.
El gobierno provisional surgido de esa Asamblea horas antes de la Navidad se presentó ante el país mezclando verdades con mentiras, anuncios esperados con elusiones y efectismo, Biblia con calefón. De manera perversa (después de todo tenían mucho más malicia que los radicales) el gatopardismo neomenemista que copó la Asamblea Legislativa desarrolló un libreto conocido: hacer como que todo iba a cambiar cuando en realidad nada cambiaba.
La picardía era estilo en ellos, algunas veces simpático, tantas otras letal. A la hora de escoger a Rodríguez Saá se cuidaron de no repetir las peores performances de violencia, graficadas para siempre en la novela del inolvidable Osvaldo Soriano No habrá más penas ni olvido. Pero no perdieron ni una sola de sus mañas, como decidir elecciones sin tener facultades para convocarlas, imponer la inconstitucional Ley de Lemas, o elegir como presidente provisional a una de las figuras más cuestionadas de la política argentina. Con eso el justicialismo buscaba resolver su interna, una vez más a costa de todo el país. La viveza tiñó el discurso presidencial con tintes “progres” y la designación del reconocido abogado Alberto Zuppi en Justicia, y de un respetado hombre de los derechos humanos como Jorge Taiana, junto a una galería de resucitados. El canciller y ministro de Defensa era José María Vernet (ex gobernador de Santa Fe de escandalosa gestión) y también reaparecían los señores Carlos Grosso y José Luis Manzano, renacidos de sus incendios políticos. También, como frutos de una misma matriz, Luis Barrionuevo y el amigo del ex almirante Massera Hugo Franco. Y algunos gobernadores de triste memoria, denunciados por corrupción e impresentables incluso en sus provincias.
En sólo una semana de fungir como presidente interino, “El Adolfo” se comportó como un emperador con ganas de ser eterno, y en todos sus discursos anunció y prometió como quien está convencido de que tiene años de gobierno por delante y, enfrente, un pueblo estúpido. Bastó verlo por televisión durante su célebre visita a la CGT, cuando rodeado de Hugo Moyano, Rodolfo Daer, Víctor Reviglio y Barrionuevo habló como para la posteridad. Fue tan absurdo que la prensa reprodujo el comentario del gobernador santafesino Carlos Reutemann a sus íntimos: “Este es Chávez, éste nos acostó a todos”. Y es que era evidente que quienes “El Adolfo” convocaba a su lado no eran gente de hacer noche solamente sino de quedarse a vivir.
El rejunte, sin embargo, esa vez duraría poco. Una encuesta publicada por Página/12 en esos días mostraba que el cacerolazo era aprobado por el 92 por ciento de la población, mientras que casi el 70 por ciento advertía que los saqueos habían sido organizados por activistas.
En un par de días otro cacerolazo nocturno forzó la renuncia de Carlos Grosso a cualquier puesto oficial, rentado o no, luego de que él dijera, desafiante, que había sido nombrado asesor presidencial “por mi capacidad y no por mi prontuario”.
El derrumbe de “El Adolfo” luego de una escuálida semana presidencial desencadenó nuevos sainetes: quien ya había sido presidente provisional a la caída de De la Rúa, el senador por Misiones Ramón Federico Puerta, esta vez no quiso saber nada de asumir otro par de días para reunir una nueva Asamblea Legislativa. Eso obligó a que la línea sucesoria cayera en el titular de la Cámara de Diputados, el bonaerense Eduardo Camaño. Y ahí se vio venir la designación de su jefe político, el también senador y ex gobernador de Buenos Aires Eduardo Alberto Duhalde, un político conservador del establishment peronista que había sido vicepresidente con Menem.
Duhalde alcanzó la Presidencia tras un arduo proceso, sostenido por los dos partidos tradicionalmente rivales que se fusionaron en una especie de alianza conservadora que ellos llamaron “de salvación nacional”, pero que no era otra cosa que un nuevo contubernio, o sea una asociación vituperable, como definen los diccionarios. El retorno del peronismo al poder, con el beneplácito y alivio radical-frepasista, fue el indicador externo del fracaso fenomenal de una dirigencia sólo virtuosa para el desastre. Así terminó aquel grave 2001.

Una revuelta que hoy sería vintage

 Por Mariano Blejman
Hace diez años, cuando cayó el gobierno de De la Rúa, no existía Facebook, ni Twitter, ni YouTube y Google era un buscador más. La televisión fue el medio principal de comunicación. Pero, ¿qué cambió realmente?

Los millones de manifestantes que plagaron las calles durante los fatídicos 19 y 20 de diciembre de 2001 no usaron Internet casi para nada. Mientras las contiendas ocurrían en la calle, los manifestantes se agolpaban frente a los televisores en los bares de la ciudad de Buenos Aires y en todo el país para “saber” lo que estaba pasando en esta ciudad incendiada. Más allá de la gente movilizada, Crónica TV y Todo Noticias –más el primero que el segundo– fueron los canales que “mostraban” lo que ocurría y estimulaban indicaciones a seguir con carteles como “la gente se dirige al Congreso”. Después de lo que pasaba en la calle, la televisión fue lo más importante a la hora de comunicarse. “Mucha gente que llegaba a la plaza decía ‘Vi por la TV que había gente acá y vine’”, decía Miriam Lewin, que por entonces trabajaba en Telenoche por Canal 13, en una entrevista publicada unos días después en Página/12. “Yo estaba sola en la Plaza de Mayo, mi productor me decía que me quedara, que algo más iba a pasar. Pero estuvo vacío hasta que empezaron a llegar los primeros autos con megáfonos, con cornetas, y gritaban hacia Casa de Gobierno ‘Que se vayan todos’. Luego empezaron a llegar en orden por barrio: Caballito, Flores, Floresta. Yo tenía un teléfono celular y me comunicaba con la producción. No usábamos ni mensajes de texto”, recuerda ahora Lewin. La tele fue, como se dijo, la primera fuente de información.
Si se hace un rápido recuento sobre lo que existía en Internet hace diez años, la diferencia es escalofriante. “En una década signada por el crecimiento de las variables, indicadores sociales, económicos, en América latina, nada ha crecido más que el acceso a Internet”, dice Andrés Piazza, responsable de Relaciones Externas de Lacnic, el órgano que controla las direcciones en la red. “En 2002 había 660 mil direcciones de Internet en la Argentina. Sólo en 2010 se contabilizaron 17,2 millones. Según la World Internet Stats, este país tenía en 2000 2,5 millones de usuarios de Internet, mientras que en 2010 tenía 27 millones. Hay más dominios .AR (tres millones) que el número de usuarios de hace 10 años”, cuenta Piazza.
Prácticamente no existía la conexión banda ancha hogareña, ni Facebook, ni YouTube, ni Twitter y apenas si se usaban los mensajes de texto en los teléfonos celulares. Google era un buscador hoy visto como anacrónico: no tenía actualizaciones en tiempo real, ni ayudas como “¿Usted quiso decir?”, ni autocompletar ni un digno servicio de noticias. Y Patagon.com, el sitio de finanzas de Wenceslao Casares y Constancio Larguía, ya había sido vendido al Grupo Santander por 750 millones de dólares un año antes. En 2001 a falta de “redes sociales” las relaciones humanas intentaban hacerse a través de ElSitio.com, en proceso de fusión y venta, y el servicio de IRC aún era popular. En 2001 la gente migraba en masa de ICQ al MSN de Hotmail, recientemente comprado por Microsoft.
Todavía recordarán los más memoriosos, aquella noche del 19 de diciembre de 2001, al empresario mediático Daniel Hadad sosteniendo en sus programas por Canal 9 correos electrónicos impresos que “auguraban” las hordas desaforadas de “vecinos” de las villas miseria que supuestamente “estaban atacando” barrios enteros. Esos correos eran incontrastables, inverificables e inconsistentes. Contra lo que pueda suponerse, hoy sería bastante más fácil verificar el origen de estas informaciones, claramente pensadas como operaciones psicológicas.
La crisis argentina de 2001 fue, en verdad, la última gran cobertura de la era pre-redes sociales, de la época en que Internet era un objeto de escritorio y nadie se “movía” con Internet. Muchos piensan que la caída violenta de las Torres Gemelas en Nueva York marcó el cisma, pero en verdad fue la caída del entonces presidente Fernando de la Rúa la que marcó el fin de una época de grandes acontecimientos sociales donde la televisión reinaba alto y arriba. No se trataba solamente de la ausencia de servicios, sino también de la falta de soportes móviles.
Diez años después, Facebook es el espacio donde uno se muestra, Google es quien predice el futuro –sabe lo que queremos– y Twitter es donde transcurre una nueva opinión pública en tiempo real. El cambio ha sido tan profundo que a las jóvenes generaciones no sólo será necesario explicarle lo que ocurrió hace diez años, sino que la forma en que se contó cambió radicalmente.
Pero las plataformas que hoy se usan naturalmente en países algo desarrollados ante cualquier acontecimiento político público movilizante (la primavera de Medio Oriente es apenas una muestra de ello o las acciones de los famosos “riots” ingleses con sus BlackBerry en mano) como espacios naturales para el intercambio han tenido un crecimiento espectacular en menos de media década. Por ejemplo: Facebook –el espacio donde la gente “conversa” en la actualidad– salió al viento de la web en 2004 y en menos de seis años logró tener 800 millones de usuarios: la red social de Mark Zuckerberg ha sido objeto de debate en decenas de gobiernos en mundo: “¿Qué hacemos con lo que la gente piensa?”. YouTube –el espacio depositario de las imágenes que estimularon el comienzo de la rebelión en Egipto– fue creado en 2005 por tres ex empleados de PayPal que querían compartir videos en línea y fue comprado en noviembre de 2006 por Google por 1650 millones de dólares. Twitter, estrenado en 2006, tuvo su primera aparición como actor político mundial durante las revueltas poselectorales iraníes en 2009, cuando se convirtió en la principal fuente de información para el mundo occidental durante aquellos acontecimientos.
Y, si lo pensamos un segundo más, en Argentina, hace apenas tres años, durante las recordadas revueltas “campesino-patronales” que cortaban rutas y se manifestaban en protestas que iban desde Avenida Santa Fe y Callao hacia el norte de la ciudad de Buenos Aires –un recorrido que sólo los sectores más pudientes podrían imaginar–, fueron estimulados a través de miles de mensajes de textos, lo cual en su momento abrió un manto de duda sobre ciertas capacidades técnicas que exceden al usuario común para movilizar masas. El corrimiento del escenario de la conversación plantea nuevos interrogantes sobre los nuevos dueños del soporte de la opinión pública. Pero hay algo sobre el ejercicio del periodismo que puede ser inquietante: “En mi trabajo en la calle no hubo grandes cambios en estos diez años: noso-tros seguimos haciendo más o menos lo mismo”, dice Lewin. Alrededor, mientras, un atronador buzz de fotos y videos tomados por celulares aparecen dispuestas a inmortalizar noticias instantáneas a riesgo de hacerlas incomprensibles.

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